PARTE COMÚN: ACTIVIDAD I. Consulta la
página de la wikipedia que se enlaza a continuación y responde las preguntas:
1.
¿Qué significa GULAG?
2.
¿Qué tipo de presos albergaba?
3.
¿Desde cuándo fue establacido el Gulag como una
institución de toda la Unión Soviética?
ACTIVIDAD 2: SOBRE VARLAM
SHALÁMOV
Contesta las preguntas sobre el
artículo “La fragilidad de la cultura” de Marta Rebón 19 feb 2013
5 ¿Durante cuánto tiempo estuvo condenado en el gulag
soviético Shalámov?
6. Según la autora del artículo
¿cuál es el arte de Shalámov?
7. ¿De qué se acusó a Shalámov
para su detención?
8. ¿En qué consistían los
trabajos forzados a los que fue condenado?
9. ¿En qué años escribió la
mayoría de sus relatos?
10. A pesar de sus intentos,
¿consiguió evitar que sus cuentos circularan clandestinamente?
11. ¿Por qué llegó a renegar de
las ediciones extranjeras de sus obras?
ACTIVIDAD 3: LECTURA Y
COMENTARIO SOBRE EL RELATO "LAS BAYAS" EXTRAÍDO DE RELATOS DE KOLIMA
- Haz un breve resumen del texto.
- Escribe una interpretación personal del cuento: ¿qué sensaciones nos transmite? ¿cómo logra ese efecto?
Las Bayas (Relatos de Kolima.
V. Shalamov)
Fadéyev dijo: -Espera, déjamelo
a mí -se acercó y me colocó la culata del fusil junto a la cabeza. Yo yacía en
la nieve abrazado a un tronco que se me había caído del hombro, sin poder
levantarlo ni ocupar mi lugar en la hilera de hombres que bajaban del monte.
Cada uno llevaba «un palo de leña», algunos más grande, otros más pequeño.
Todos tenían prisa por llegar al campo; tanto los guardianes como los reclusos,
todos querían comer, dormir, y ya estaban más que hartos de aquel inacabable
día de invierno. Y yo yacía sobre la nieve. Fadéyev siempre hablaba con los
reclusos «de usted». -Escúcheme, viejo -dijo-, no es posible que un pedazo de
hombre como usted no pueda llevar un leño como éste, este palito, se podría
decir. No es usted más que un simulador. Un fascista. Mientras nuestra patria
lucha contra el enemigo, usted se dedica a entorpecer su marcha. -No soy un
fascista -repliqué-, soy un hombre enfermo y tengo hambre. Tú eres el fascista.
¿No lees en los periódicos cómo los fascistas matan a los viejos? Piensa en
cómo le contarás a tu novia lo que hacías en Kolymá. Me daba todo igual. No
podía soportar a los hombres de cara sonrosada, sanos, bien alimentados y
vestidos; no tenía miedo. Me doblé en dos protegiendo mi vientre, pero incluso
éste era un movimiento atávico, instintivo; no temía los golpes en el estómago.
Fadéyev me golpeó con la bota en la espalda. De pronto sentí calor, pero no me
hizo ningún daño. Si me muero, tanto mejor. -Escúcheme -dijo Fadéyev cuando me
dio la vuelta cara al cielo con las puntas de sus botas-. No es usted el
primero con quien me las tengo, no he visto pocos como usted. Se acercó otro de
la escolta, Seroshapka. -A ver, que te vea, para recordarte. Qué cara de fiera,
y qué feo. Mañana mismo te pego un tiro personalmente, ¿entendido? -Entendido
-respondí, y me levanté escupiendo saliva, salada por la sangre. Llevé a
rastras el leño bajo los silbidos, los gritos y las blasfemias de los
compañeros; se habían quedado congelados mientras me pegaban. Al día siguiente
Seroshapka nos condujo a trabajar a un bosque talado el invierno anterior para
que recogiéramos todo lo que se pudiera quemar en las estufas. Habían talado el
bosque en invierno, los tocones eran altos. Los arrancábamos del suelo con
palancas, los serrábamos para amontonarlos en las pilas. En los escasos árboles
que habían quedado en pie en torno a donde trabajábamos, Seroshapka colgó unas
señales hechas de manojos de hierba amarilla y seca, marcando así la zona
prohibida. Nuestro jefe de brigada prendió sobre un altozano una hoguera para
Seroshapka -durante el trabajo sólo podía haber fuego para el convoy- y llevó
leña de reserva. Hacía tiempo que los vendavales habían dispersado la nieve
caída. La fría y escarchada hierba resbalaba entre las palmas y cambiaba de
color al contacto de la mano humana. Sobre algunos oteros se alzaban helados
arbustos bajos, de uva espina; las bayas congeladas, de un color liláceo
oscuro, despedían un aroma
fantástico. Más rica aún era
la airela, tocada ya por la helada, más madura, de un intenso azul... De unas
breves ramas rectas colgaban bayas de vaccinio -con un brillante color
azulado-, arrugadas como un monedero de cuero vacío, pero que guardaban un jugo
azul casi negro, gustoso hasta lo indecible. Las bayas en aquella época del
año, tocadas ya por el relente, no se parecían en nada a las bayas maduras,
jugosas, en sazón. Su sabor era mucho más delicado. Rybakov, mi pareja, recogía
bayas en una lata durante los descansos e incluso en los momentos en que
Seroshapka miraba en otra dirección. Si Rybakov lograba llenar toda la lata, el
cocinero del batallón de la escolta le daría pan. La empresa de Rybakov se
había convertido de pronto en un asunto importante. Yo no tenía clientes como
él y me comía las bayas aplastando cada grano con voraz esmero, la lengua
contra el paladar; el jugo oloroso y dulce de la baya reventada me dejaba
atontado por un segundo. No pensaba ayudar a Rybakov en su tarea; tampoco él
habría aceptado mi ayuda: se habría visto obligado a compartir el pan. La lata
de Rybakov se llenaba con demasiada lentitud, las bayas eran cada vez más
escasas y, sin darnos cuenta, sin dejar de trabajar ni de recoger bayas, nos
fuimos acercando al límite de la zona. Las señales colgaban sobre nuestras
cabezas. -Vigila -le dije a Rybakov-. Volvamos. Pero frente a nosotros se
alzaban unos mogotes con arbustos de uva espina, airela y vaccinio...hacía rato
que los veíamos. El árbol sobre el que colgaban las señales debería haberse
encontrado dos metros más allá. Rybakov me mostró la lata, aún medio vacía,
miró hacia el sol que descendía hacia el horizonte y levemente empezó a
acercarse a las bayas encantadas. Sonó un disparo seco y Rybakov cayó boca
abajo entre los mogotes. Seroshapka, agitando el fusil, gritaba: -¡Dejadlo
donde está, que nadie se acerque! Seroshapka cargó la recámara y disparó de
nuevo. Nosotros sabíamos lo que significaba el segundo disparo. También lo
sabía Seroshapka. Se debía disparar dos veces; la primera era de aviso. Rybakov
yacía entre los mogotes, inesperadamente pequeño. El cielo, las montañas, el
río, eran enormes; y Dios sabe cuántos hombres se podían abatir en estas
montañas, en los senderos que corrían entre los oteros. La lata de Rybakov rodó
lejos; tuve tiempo de recogerla y esconderla en el bolsillo. A lo mejor me
daban pan por las bayas, porque sabía para quién las recogía Rybakov.
Seroshapka mandó formar con calma nuestra pequeña columna. Nos contó, dio la
orden de marcha y nos condujo de vuelta.
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