El irlandés Samuel Beckett
(1906-1989), premio Nobel en 1969, es uno de los más insignes renovadores de la
narrativa y el teatro del siglo XX. A pesar de que su lengua materna era el
inglés, a partir de 1947, sin llegar a abandonar totalmente su escritura en
este idioma, comenzó a escribir prioritariamente en francés, porque, según sus
propias palabras, en esta lengua era más fácil “escribir sin estilo”. Esta
renuncia al retoricismo poético responde a una necesidad de eliminar lo
superfluo, lo ornamental, de reducir las palabras y, en general, todos los
elementos literarios, a su mínima expresión, lo cual constituye una de las principales
características de su literatura. Su obra narrativa sobresale por la trilogía formada
por Molloy, Malone muere y El innombrable en
las que los personajes de las tres producciones conforman un único ser que se
libera a través del monólogo interior; completan el género obras como Watt,
Nouvelles y Textos para nada que cierran el ciclo
de la escritura en prosa. Beckett también escribió poesía y ensayos, entre
ellos algunos dedicados a otros escritores como: “Dante...Bruno.
Vico... Joyce” (1929), su aportación a una compilación de varios
estudios en torno a la última obra de su amigo y admirado compatriota James
Joyce, y Proust (1930) dedicado al autor francés con el que
comparte el interés por tratar el tema del paso del tiempo. Sin embargo
Beckett, es ante todo conocido por su obra teatral. En su
producción dramática se distinguen tres etapas: los trabajos tempranos (hasta
el final de la II Guerra Mundial, en la que destaca Eleutheria, su
primera obra publicada); un período intermedio (iniciado con Esperando a
Godot y al que se adscriben Final de partida o Los
días felices), que abarca su producción entre 1945 y 1960; y un período
final, caracterizado por el minimalismo formal y argumental (como Ohio
Impromptu, Catastrophe o What Where). Esperando a Godot, el texto que nos ocupa,
es considerada su obra revelación y uno de los textos
fundacionales del teatro del absurdo. Esta pieza, a veces subtitulada “Tragicomedia
en dos actos”, fue escrita a finales de los años 40, publicada por primera vez
en francés en 1952 y estrenada en París en enero de
1953. En ella se impone una asombrosa simplicidad escénica: un único escenario
que representa un camino desierto en el que solo aparece un árbol seco; dos personajes
inspirados en el circo, el cine mudo, la comedia, la farsa... que nos recuerdan
a dos payasos clochards (mendigos) y una acción reducisíma que además se
repite: los protagonistas, dos vagabundos, Vladimir y Estragón, esperan a un
misterioso personaje, Godot; pero no saben cuándo aparecerá ni están del todo
seguros de que lo hará, por lo que su principal preocupación es saber qué hacer
durante la espera. Al rato se presenta un anciano, Lucky, sobrecargado de
maletas y atado a una cuerda de la que tira Pozzo, su amo, que va a venderlo al
mercado. Más tarde llega un muchacho para anunciar que el señor Godot no vendrá
aquella tarde sino al día siguiente. En el segundo acto, vuelve a suceder lo mismo,
lo que nos hace creer que su espera será inútil al día siguiente y siempre.
Habitualmente, suele señalarse, que esta espera inútil simboliza la existencia
humana: absurda y sin sentido. Pero una de las grandezas de esta obra es que a
pesar de la simplicidad de elementos (o más bien, gracias a ella), surgen un
sinfín de significados, de ahí que la temática abarque multitud de aspectos: la
vida, la muerte, el amor, la enfermedad, el miedo a la soledad, el
aburrimiento, la crueldad, la necesidad del otro, el paso del tiempo... Además, Esperando a Godot aporta,
entre otras muchas cosas, una manera inédita de crear tensión dramática: a
través del hastío. Los prolongados silencios, y la ausencia de elementos
propiamente dramáticos ya comentada, sumen al espectador en una extraña
incomodidad, que termina convertida, gracias a diálogos magistrales, en un
humor desesperado. A pesar de que Beckett tenía miedo de que algún día esta
obra pasara de moda, se trata de una de las
más representadas, por ejemplo, el año pasado (2013), se representó con
gran éxito en Madrid a cargo del Centro Dramático Nacional y también existen
versiones cinematográificas como la producción irlandesa Waiting for Godot
rodada en 2001.
Otras obras teatrales de Beckett como Final de partida[1]
(1957) o Días felices[2]
(1961) escritas en la misma etapa que Esperando a Godot, coinciden con
esta, en la economía de recursos, la presencia de parejas de personajes dañados
o enfermos en situaciones absurdas y difíciles, a pesar de las cuales, extrañamente,
encuentran motivaciones para seguir adelante. En definitiva, se trata de obras
en las que Beckett intenta expresar con máxima honestidad el dilema humano,
que debe intentar responder, entre otras, a las cuestiones: ¿qué soy?, ¿qué
puedo hacer?, ¿qué puedo esperar?
[1] Final de partida: Sus
protagonistas son Hamm, un viejo amo que está ciego y no puede permanecer de
pie, y su sirviente, llamado Clov, que no puede sentarse. Viven en una pequeña
casa junto al mar, aunque a veces el diálogo
sugiere que no hay nada fuera de la casa, ni mar, ni sol, ni nubes. Los dos
personajes, mutuamente dependientes, siempre se han llevado mal, y así se ve a
lo largo de la obra. Clov a veces muestra una remota intención de librarse de
su yugo, pero nunca es capaz de hacerlo. Los otros dos personajes que aparecen
son los padres de Hamm, que no tienen piernas: Nagg y Nell, los cuales viven en
sendos cubos de basura que aparecen en el escenario. De vez en cuando piden
comida y hablan entre sí
[2] Winnie, es una señora de
mediana edad que aparece en escena semienterrada en un montículo calcinado,
bajo una luz cegadora. Pese a ello, a través de un ritual de gestos cotidianos,
encuentra siempre motivos, por insignificantes que sean, para considerar sus
"días felices". Según Mª Antonia Rodríguez-Gago, traductora al
castellano de la obra, su tema central es el deterioro físico y mental. El
rebuscado lenguaje de la protagonista, por ejemplo, refleja especialmente su pérdida
de memoria. Otra característica llamativa, única en el teatro de Beckett, es
que el personaje recurre constantemente a las citas literarias, las cuales
aparecen distorsionadas, al presentarse en fragmentos mal recordados. El otro
personaje de la obra, su esposo Willie, vive obsesionado por el sexo y una
postal pornográfica que guarda. Hallándose totalmente separado de su esposa,
detrás de su montículo, refleja la ironía situacional de la pieza, pues su
deterioro añadido pone de manifiesto la futilidad de los apetitos físicos a los
que se aferra.
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