MIGUEL HERNÁNDEZ: La vida y la obra de Miguel
Hernández, trágicamente truncadas por las secuelas de la guerra, sirven de
puente –como ninguna otra- entre dos etapas de la poesía española: de una
parte, su precocidad y sus contactos con la Generación del 27 hicieron
que Dámaso Alonso le llamara “genial epígono” de aquellos poetas; de otras
parte, por edad, se le incluye a veces en la llamada Generación del 36
(Rosales, Celaya, etc.).
Nació en Orihuela (1910), de familia pobre. De niño, fue
pastor de cabras. Pero llevado por su ansia de saber, se forma a sí mismo a
través de abundantes lecturas. Su vocación poética es temprana: escribe versos
desde los dieciséis años. En Orihuela, participa en las tertulias literarias
que encabeza su amigo Ramón Sijé, y conoce a la que más tarde sería su mujer.
En 1934 se traslada a Madrid, donde su obra conquistará pronto la máxima
admiración. Decisiva fue para su evolución ideológica su amistad con Pablo
Neruda. Al estallar la guerra, se alistó como voluntario del lado de la
República. Se casó durante la contienda. Tristes son sus últimos años: su
primer hijo muere; su segundo hijo nace cuando la guerra toca a su fin. Pero el
poeta es encarcelado y morirá tuberculoso en la cárcel de Alicante a los
treinta y dos años (1942)
Miguel Hernández es un poeta excepcionalmente dotado, pero
que –como un García Lorca sabe conjugar la fuerza de la inspiración con el arte
más riguroso, el arranque popular y las técnicas más sabias. Con su tono
arrebatado y humanísimo, su palabra parece salir directamente del corazón.
Pero en sus mejores momentos, ese desbordante impuso inical sabe envasarse en
formas rigurosas (sonetos, sobre todos). De ahí el pasmoso equilibrio entre
emoción y contención, que hace inconfundible su voz, como inconfundibles son
sus hallazgos en el terreno metafórico.
1.
ELEGÍA
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería). |
Yo
quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando
lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
daré tu
corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un
manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay
extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando
sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano
levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No
perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis
manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero
escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero
minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás
a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de
angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás
la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu
corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las
aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
2.
Te me mueres
de casta y de sencilla:
estoy convicto, amor, estoy confeso de que, raptor intrépido de un beso, yo te libé la flor de la mejilla.
Yo te
libé la flor de la mejilla,
y desde aquella gloria, aquel suceso, tu mejilla, de escrúpulo y de peso, se te cae deshojada y amarilla.
El
fantasma del beso delincuente
el pómulo te tiene perseguido, cada vez más potente, negro y grande.
Y sin
dormir estás, celosamente,
vigilando mi boca ¡con qué cuido! para que no se vicie y se desmande. |
3.
Menos tu vientre,
todo es confuso.
Menos tu vientre,
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.
Menos tu vientre,
todo es oculto.
Menos tu vientre,
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre,
todo es oscuro.
Menos tu vientre
claro y profundo
todo es confuso.
Menos tu vientre,
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.
Menos tu vientre,
todo es oculto.
Menos tu vientre,
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre,
todo es oscuro.
Menos tu vientre
claro y profundo
I.A.
POESÍA DESARRAIGADA
DÁMASO ALONSO: Nació
en Madrid en 1898. Se licenció en Derecho y se doctoró en Letras. Fue discípulo
y colaborador de Menéndez Pidal, en el Centro de Estudios Históricos. Enseñó
Lengua y Literatura españolas en universidades alemanas, inglesas y
norteamericanas, hasta que, en 1933, obtiene una cátedra de la Universidad de
Valencia. Tras la guerra, pasa a la de Madrid como catedrático de Filología
Románica. En 1945 fue elegido miembro de la Real Academia Española, de la que
fue director desde 1968 hasta 1982. También perteneció a la Academia de la
Historia. En 1978 se le concedió el Premio Cervantes. Murió en 1990.
Obra: Aunque
sus primeros libros de poemas encajan
más bien dentro de la línea de la poesía pura (Juan Ramón Jiménez, Jorge
Guillén...), sus libros más valorados están alejados de ese estilo. En 1944
publicó un libro estremecedor: Hijos de la ira. Obra fundamental
de la posguerra, se sitúa en el centro de lo que él mismo llamó “poesía
desarraigada”; es decir, la que componen aquellos para quienes el mundo es “un
caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de
ancla”. Se trata, pues de una poesía existencial. Otros libros de este autor: Oscura
noticia (1944), Hombre y Dios (1955), Gozos de la
vista, Duda y amor sobre el Ser Supremo (1985).
INSOMNIO
Madrid
es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas
estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
MUJER
CON ALCUZA
¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?
Acercaos: no nos ve.
Yo no sé qué es más gris,
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje desolado de su alma.
Va despacio, arrastrando los pies,
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro,
por una voluntad
de esquivar algo horrible.
Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,
y tristes caballones,
de humana dimensión, de tierra removida,
de tierra
que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,
entre abismales pozos sombríos,
y turbias simas súbitas,
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.
Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos días
y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y sacudía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.
Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.
Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.
Ella
recuerda sólo
que en todas hacía frío,
que en todas estaba oscuro,
y que al partir, al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.
Pero las lúgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenética a las ventanillas,
gritando y retorciéndose,
solo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación,
un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las estrellas.
Y por fin se ha dormido,
sí, ha dormitado en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,
...aún mareada por el humo del tabaco.
Y ha viajado noches y días,
sí, muchos días,
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,
ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.
...No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo,
iban cesando,
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,
algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.
Y luego nada.
Solo la velocidad,
solo el traqueteo de maderas y hierro
del tren,
solo el ruido del tren.
Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,
de un vagón a otro,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quién movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.
...Y esa es la terrible,
la estúpida fuerza sin pupilas,
que aún hace que esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas a un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazón,
sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.
¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?
Acercaos: no nos ve.
Yo no sé qué es más gris,
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje desolado de su alma.
Va despacio, arrastrando los pies,
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro,
por una voluntad
de esquivar algo horrible.
Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,
y tristes caballones,
de humana dimensión, de tierra removida,
de tierra
que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,
entre abismales pozos sombríos,
y turbias simas súbitas,
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.
Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos días
y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y sacudía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.
Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.
Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.
Ella
recuerda sólo
que en todas hacía frío,
que en todas estaba oscuro,
y que al partir, al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.
Pero las lúgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenética a las ventanillas,
gritando y retorciéndose,
solo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación,
un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las estrellas.
Y por fin se ha dormido,
sí, ha dormitado en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,
...aún mareada por el humo del tabaco.
Y ha viajado noches y días,
sí, muchos días,
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,
ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.
...No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo,
iban cesando,
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,
algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.
Y luego nada.
Solo la velocidad,
solo el traqueteo de maderas y hierro
del tren,
solo el ruido del tren.
Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,
de un vagón a otro,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quién movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.
...Y esa es la terrible,
la estúpida fuerza sin pupilas,
que aún hace que esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas a un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazón,
sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.
Ella,
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,
se inclina,
va curvada como un signo de interrogación,
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,
como si se asomara por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,
conserva aún en el invierno el tierno vicio,
guarda aún el dulce álabe
de la cargazón y de la compañía,
en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,
se inclina,
va curvada como un signo de interrogación,
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,
como si se asomara por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,
conserva aún en el invierno el tierno vicio,
guarda aún el dulce álabe
de la cargazón y de la compañía,
en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?
I.A. POESÍA ARRAIGADA
I.A.1. LEOPOLDO PANERO: Astorga (León), 1909-1962. Su
producción se apega a sus tierras, a su familia, a Dios (cantado, a veces, con
tonos unamunianos, aunque no por problemas de fe). Sencillez, ternura, temblor
lírico caracterizan sus versos de gran perfección formal, tanto en los metros
clásicos como en los versos libres. En su obra, no muy extensa, destacan
títulos como La estancia vacía (1945) o, sobre todo, Escrito
a cada instante (1949). En 1963 aparece la recopilación Poesía,
1932-1962. Su obra completa es recogida en 1972.
A MIS
HERMANAS
Estamos siempre solos. Cae el viento
entre los encinares y la vega.
A nuestro corazón el ruido llega
del campo silencioso y polvoriento.
Alguien cuenta, sin voz, el viejo cuento
de nuestra infancia, y nuestra sombra juega
trágicamente a la gallina ciega;
y una mano nos coge el pensamiento.
Ángel, Ricardo, Juan, abuelo, abuela,
nos tocan levemente, y sin palabras
nos hablan, nos tropiezan, les tocamos.
¡Estamos siempre solo, siempre en vela,
esperando, Señor, a que nos abras
los ojos para ver, mientras jugamos!
Estamos siempre solos. Cae el viento
entre los encinares y la vega.
A nuestro corazón el ruido llega
del campo silencioso y polvoriento.
Alguien cuenta, sin voz, el viejo cuento
de nuestra infancia, y nuestra sombra juega
trágicamente a la gallina ciega;
y una mano nos coge el pensamiento.
Ángel, Ricardo, Juan, abuelo, abuela,
nos tocan levemente, y sin palabras
nos hablan, nos tropiezan, les tocamos.
¡Estamos siempre solo, siempre en vela,
esperando, Señor, a que nos abras
los ojos para ver, mientras jugamos!
I.A.2. DIONISIO RIDRUEJO: De Burgo de Osma (Soria), 1912-1975. Fue falangista en su juventud, y fundador –con Laín Entralgo- de la revista “Escorial”. En 1942 renunció a todos sus cargos y, desde 1951, pasó a la oposición al régimen franquista. Su temática es muy diversa: confesiones espirituales, amor paisaje, política, amistad, religiosidad, muerte... Utiliza preferentemente las estrofas tradicionales y su poesía se caracteriza por su sobriedad formal, por una sabia contención muy castellana. Se había dado a conocer antes de la guerra (Plural, 1935). Escribe luego libros como Sonetos a la piedra (1943). Elegías (1948) y otros que se recogerán en el volumen titulado Hasta la fecha (1961). Tras su muerte apareció un volumen antológico de su obra, Poesía.
CÓMO MANA TU SAVIA ARDIENTE....
Nos junta el resplandor en esta hoguera
que tu alabastro transparenta y dora,
y en lenguas alegrísimas devora
una viña de muerta primavera.
que tu alabastro transparenta y dora,
y en lenguas alegrísimas devora
una viña de muerta primavera.
Astros de velocísima carrera
resbalan en tus ojos, y me explora
todo tu ser en ascua tentadora,
el corazón que consumido espera.
resbalan en tus ojos, y me explora
todo tu ser en ascua tentadora,
el corazón que consumido espera.
Amada sin secreto, tan cercana,
veo íntima y abierta, en un ocaso
que hace el sol en ti misma, cómo mana
veo íntima y abierta, en un ocaso
que hace el sol en ti misma, cómo mana
tu savia ardiente bajo limpio raso;
y hago sarmiento de mi amor, que gana
oro para la sed en que me abraso.
y hago sarmiento de mi amor, que gana
oro para la sed en que me abraso.
I.A.3. LUIS ROSALES: Granada, 1910. Se dio a conocer en 1935 con
su libro Abril, que se convertiría en modelo para el clasicismo de la
2juventud creadora”. Fue secretario de la revista Escorial, fundada tras
la guerra por Laín Entralgo y llevada por un grupo de intelectuales falangistas
de talante abierto. Su temática intimista y religiosa hacen de él uno de los
máximos representantes de la “poesía arraigada”. Su perfección formal, su
elegancia y su inquietud estética lo alzan a uno de los máximos puestos de la
poesía contemporánea, sobre todo gracias a su libro La casa encendida (1949),
espléndida serie de poemas en versículos. Ha publicado luego Rimas
(1951), El contenido del corazón (1969), Nuevas Rimas
(1970), La carta entera (tetralogía iniciada en 1982). Fue premio
Cervantes en 1982. Falleció en Madrid en 1992.
AUTOBIOGRAFÍA
Como el náufrago metódico que
contase las olas
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería
que faltan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería
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